¿Diplomacia o mantequilla?

Hoy les voy a presentar a un parásito al que bautizaré con el nombre de "democracia banal". Después de descartar -eso sí- el calificativo "venal" porque, con tanto corrupto de por medio, no quiero contribuir al engorde frívolo de otra burbuja fétida hasta que pinche y tengamos que vivir definitivamente con una pinza en la nariz. Pero en esta época de déficit excesivos, pobreza de la Hacienda Pública y ajustes de cinturón a los ciudadanos, la escasez de recursos de la economía española debería prohibir al Gobierno gastar el dinero de todos en "banalidades". Hay que elegir bien: más despensa y escuela, y menos pirotecnia.

Tenemos una extraña academia en Barcelona llamada hasta ahora Instituto Internacional de la Universidad de las Naciones Unidas para la Alianza de las Civilizaciones. Pero fue todo uno mencionar la bicha de la alianza civilizadora y surgir la pesadilla del Estado Islámico y su contrapunto occidental menos bárbaro que hoy protagonizan las diversas partidas de caza indiscriminada al musulmán que vive y trabaja en Europa.

Quizás por eso los padres fundadores de ese centro barcelonés han decidido cambiar su nombre por el de Instituto de la Universidad de las Naciones Unidas para la Globalización, la Cultura y la Movilidad. Sus objetivos no pueden ser más específicos y razonables, según el acuerdo firmado por el Reino de España y la ONU el 22 de julio de 2016: «contribuir, a través de la investigación, los servicios de asesoría estratégica, la educación, el desarrollo de capacidades y la difusión del conocimiento, a la resolución de los problemas globales [sic] relativos a la globalización, la cultura y la movilidad». Ahí es nada, un poquito de patatín mezclado con un crujiente de gobernanza en una cazuela llena hasta arriba de patatán.

¿Quién paga la fiesta? Lo hacen, con sus aportaciones anuales, el Ministério de Asuntos Exteriores (225.000 euros), el Ministério de Educación (125.000), la Generalitat catalana y el Ayuntamiento de Barcelona (200.000 euros cada uno). O lo que es lo mismo: el contribuyente español, al que también incumbe la "cobertura de los costes de mantenimiento y conservación de los locales y los costes derivados del uso de las instalaciones [cedidas gratuitamente] del recinto histórico del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau por el Instituto". Paga el Estado, pero con las manos atadas después de pagar. El Estado no puede controlar y revisar el destino de las contribuciones efectuadas a favor del Instituto, como tampoco fiscalizar sus actividades. Se trata de competencias reservadas al magnífico rector de la Universidad de la ONU, que tiene su sede principal en Tokyo.

¿Son o no son unos «boludos» quienes nos gobiernan?

Fonte: El Mundo